Cuando realizamos una inversión, lo hacemos con la intención de recuperar la cantidad invertida en un momento del futuro, además de un extra que solemos denominar plusvalía o interés. Como bien es sabido, invertir supone afrontar un riesgo, que variará en función del tipo de operación o producto contratado. Por tanto, el inversor va a soportar el peso de la incertidumbre durante el periodo que haya decidido fijar hasta volver a retirar su capital.
Teniendo clara la definición de inversión e inversor, vamos a distinguir entre los tres papeles principales que puede interpretar este último sujeto físico o jurídico:
Papel comercial
Este englobará todas las operaciones que habitualmente calificamos como de compraventa. Nos encontramos ante el caso del individuo o empresa que adquiere una serie de artículos o bienes sin intención de usarlos para su disfrute y aprovechamiento, sino con el objetivo de venderlos en el futuro y conseguir un beneficio. Para ello, deberán estudiar una serie de variantes en el mercado que les asegure un aumento del precio del activo respecto al precio por el que lo adquirieron.
Papel empresarial
Este otro se centra en la aportación de capitales a una empresa, haciéndose de esa forma con una parte de esta. La meta fundamental de esta modalidad es lograr plusvalías con la perspectiva de que el negocio crezca financieramente y aumente su valor en el mercado de renta variable. La base de este rol se basa en apostar por empresas jóvenes o start-up que tengan un amplio margen de mejora futuro.
Papel acreedor
Este último representa el caso en el que se presta capital a una institución privada o pública, pactando su devolución en un plazo y con unos intereses acordados. De esta manera, surgirán las figuras de deudor y acreedor. El mercado de renta fija se fundamenta en esta figura.
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