Cuando nos planteamos la opción de la financiación ajena, ya sea por motivos personales o destinados a formar parte del balance de tu negocio, tendemos a relacionar esto directamente con la petición de préstamos como única alternativa. Entendemos la necesidad de liquidez como la acción de ir a cualquier entidad bancaria o financiera a pedir un crédito, dejando a veces de lado la opción de la que hablamos: la tarjeta de crédito.
Al igual que ocurre con los productos de ahorro o inversión (explicados en artículos anteriores), dentro de este tipo de productos financieros también hay una gran variedad, no existiendo un producto ideal para todos los tipos de clientes. Cada usuario posee una serie de características y necesidades que van a definir qué tipo de tarjeta se adaptaría mejor a su caso concreto.
La tarjeta de crédito puede ser un instrumento valioso y efectivo para sacar adelante tus finanzas, siempre que sea usada con el control y la responsabilidad necesaria. En caso contrario, esta herramienta de plástico puede convertirte en un esclavo de la entidad emisora. Vamos a conocer una serie de consejos a tener en cuenta en cualquier caso:
- Haz un profundo diagnóstico de los gastos: compruébalos cada cierto periodo de dónde provienen, ya no tanto la cantidad sino la cualidad. Es decir, haz un listado con los establecimientos donde usas la tarjeta más habitualmente y planteate la opción de conseguir una tarjeta de las que pueden ofrecer esas empresas, ya que probablemente sea una alternativa más viable.
- Estudia las compañías y los productos que ofrecen: hay decenas de tarjetas (Visa, Mastercard, American Express, etc.) que poseen diferentes características y ventajas. Es por tanto imprescindible, valorar intensamente cuál se adapta mejor a nuestras necesidades y propósitos personales.
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