En artículos anteriores ya hemos desarrollado el concepto de inversión, por lo que este lo comenzaremos analizando directamente lo que sería la génesis de este concepto: la decisión de invertir.
¿Hay motivos para invertir?
En definitiva, la razón primordial en la que se basa el acto de la inversión es en la de conseguir aumentar nuestros recursos económicos. No debemos engañarnos, ya que es totalmente legítimo lucrarse a través de esta variable económica, siempre que se haga respetando las normas y las regulaciones financieras vigentes.
Para invertir hay que tener en cuenta los dos factores más importantes que intervienen en la decisión: el riesgo y la rentabilidad. Si solo tenemos en cuenta el riesgo, es probable que no demos el paso definitivo hacia la inversión; y si solo consideráramos la rentabilidad esperada, estaríamos enfocando mal nuestra decisión desde el principio.
El individuo que estudia la opción de la inversión se enfrenta también al dilema del plazo en el que quiere obtener ganancias; ya que si tiene una visión de largo plazo, la alternativa del ahorro puede ser aún más interesante para este, ya que no implica riesgo asociado. En cambio, si el sujeto pretende conseguir capital en el menor tiempo posible, deberá prepararse para caminar en un contexto incierto que puede divergir tanto en pérdidas como en beneficios.
El azar en la inversión
Es habitual conocer inversores que asemejan sus inversiones a apuestas, basándolas en intuición o consejos de familiares o amigos. Esta fórmula puede funcionar en alguna ocasión particular, pero no es precisamente la más recomendada ni seguida en el mundo de las finanzas. El dinero no es de plástico como en los juegos de mesa, sino que constituye nuestros recursos y debemos tratarlo con la atención que merece, estudiando meticulosamente las opciones que tiene de crecer antes de decidirnos a invertir en cierto producto.
Añadir comentario